El reciente descarrilamiento de tren ocurrido en España y que provocó varias decenas de muertes pone sobre el tapete, una vez más, la cuestión de la "falla humana" en este tipo siniestros.
Quienes nos dedicamos al estudio y la implementación de técnicas para evaluar los rasgos de la personalidad de profesionales, técnicos u operarios para desempeñar funciones específicas, deberíamos vernos indagados en nuestra práctica a partir de este accidente.
Somos capaces de captar o reconocer aspectos que permitan discriminar si determinada persona está en condiciones emocionales para conducir un tren, para seguir con el ejemplo?
Si hubiésemos evaluado al conductor de este medio de transporte público, unos días antes del choque, hubiésemos reconocido factores de riesgo?
Aspectos como "impulsividad", "tendencia a transgredir", "omnipotencia", "rasgos narcisistas", se hubiesen manifestado en la administración de las técnicas psicométricas o proyectivas o en las entrevistas personales, de tal manera que se hubiese podido evitar la muerte de 70 personas?
Qué aporte podemos hacer desde la Psicología para prevenir situaciones que pueden resultar fatales?
Voy a ensayar una respuesta que puede ser aventurada o con poco asidero científico ya que nunca sabremos cuántos accidentes se han evitado a partir de un buen examen psicológico. Y, aunque mi apreciación no sea demasiado recomendable desde el punto de vista del marketing, creo que los resultados de los tests de Francisco Garzón Amo no hubieren arrojado indicadores significativos respecto de las funciones que desempeñaba a diario y lo hubiésemos considerado "apto" como Maquinista de Tren.
Sin embargo existe otro factor de gran relevancia y muy poco considerado en todos los niveles de actividad y que aplica a esta problemática.
Veamos.
El equilibrio entre lo nuevo y el expertise
Tenemos claro que asumir una posición para la que no estamos preparados por nuestra formación o experiencia o en un momento en que no podemos abordarla por temas personales, nos llena de ansiedad y tensión y, quizás, nos lleve al fracaso.
Cuando pienso en ejemplos suelo recordar mi experiencia de trabajo con personal de gastronomía: era frecuente decidir la promoción de algún colaborador y encontrarnos, un tiempo después, con que el rendimiento no era el esperado y que el supuesto ascenso se había convertido en frustración y en un golpe en la autoestima.
Ayudantes de cocina que fueron promovidos a Jefes pero que no podían afrontar problemas en la gestión de su equipo de trabajo o camareros que asumían una función gerencial dentro del local y no lograban "despegarse" de la relación de amistad con sus pares, eran "un clásico" dentro del panorama de decisiones mal tomadas.
Nos encontrábamos con que los mozos preferían seguir siendo "mozos" y trabajar por una buena propina o los cocineros disfrutaban del contacto con los productos más que de la coordinación de la cocina.
Pero estos mismos colaboradores, en el momento que ya se consideraban seguros en su tarea y sentían que la misma ya "no tenía secretos" para ellos, comenzaban a cometer pequeños errores que, por sumatoria, solía incidir en su rendimiento final.
Realizar una tarea en forma habitual y que no implique algún tipo de desafío que ponga en juego nuestras competencias, promovía la falta de atención o la búsqueda de pequeñas cambios que constituyan retos a nuestras habilidades.
Cuando existe un espacio para la innovación, estos intentos de cambio pueden resultar en mejoras.
Pero cuando lo que se espera del colaborador es que siga en el puesto y no busque crecer ni mejorar procedimientos o hacer propuestas se estará arriesgando la calidad del trabajo.
Quizás debamos esperar a contar con más información respecto de un tema tan sensible como el que tratamos en el inicio del post. Pero existen indicios que pueden hacer pensar que lo paradógico de la habitualidad de la tarea sea un factor importante en la explicación de este accidente: hacía muchos años que este hombre llevaba esa ruta, varias veces había tomado la trágica curva a una velocidad bastante más alta que lo indicado, confiaba en sus competencias...
La habitualidad de la tarea suele cobrarse víctimas silenciosas.
Cuántos puestos de trabajo se abandonan por aburrimiento?
Cuántos colaboradores perdemos por no presentarles nuevos problemas para resolver?
Cuántas propuestas no llegan a prosperar por no innovar?
Nuevamente la realidad nos enfrenta con el maravilloso desafío del trabajo artesanal de gestionar personas en relación a su trabajo.
Esta vez, buscando el balance entre "ser especialista" o aburrirse.
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