Muchas veces tuve la fantasía de no tener que trabajar más.
Levantarme a la hora que quiero y tener todo el día libre para hacer
actividades placenteras, qué placer!
Sin embargo, a los pocos minutos me imagino a mí mismo
encarando proyectos diferentes. Creo que lo que, en realidad, quiero es
trabajar pero no tener la obligación de
ganar dinero y preocuparme por los gastos. Haría el mismo trabajo que hago
ahora pero con la seguridad de recibir el dinero para mantener mi nivel de
vida. Prometo no aprovecharme!!
No debo ser el único que piensa de esta manera…
Sin embargo, cuando efectivamente se presentan estas
situaciones, las dificultades aparecen.
Un ejemplo cercano
Mi padre falleció hace 5 años. Era húngaro, de religión
judía. De aquellos que no practicaba ninguna de las obligaciones religiosas
pero sentía que pertenecía al pueblo judío. Sus padres tenían bastante buena
posición en su país natal y, cuando él tenía 14 años, su familia logró hacer
efectivo sus joyas y pequeños bienes - vaya uno a saber con qué convencieron a
quienes les “suavizaron” la salida de Hungría - y se escaparon del régimen
comunista que había llegado, para quedarse,
trayendo consigo una ola de expropiaciones de la propiedad privada.
Probablemente ésta era la mejor o la única solución histórica para el pueblo
magyar que estaba sometido a los caprichos del imperio austrohúngaro desde
hacía siglos. Para la familia de mi padre la respuesta a la posibilidad de
perder todo, era escaparse con la mayor cantidad de dinero posible. Tenían parientes
en Argentina. Unos años después, probablemente en busca de su identidad, mi
papá decidió viajar a Israel en donde vivían unos primos que habían encontrado
allí, un lugar para residir. Se quedó cinco años, ingresó en el servicio
militar, trabajó y conoció el país.
Muchos años después, luego de toda una vida en la Argentina,
donde trabajó más 40 años – muchas veces en blanco pero, la mayoría, en negro -,
habiendo sido muy poco previsor y ya sin ninguna propiedad para vender, nos
comunicó a sus hijos que necesitaba que lo mantuviésemos. Tenía 70 años, la
lucidez y el encanto de toda la vida, una novia 15 años menor y los aires de
conde húngaro, que lo caracterizaron desde que tengo memoria.
Había empezado a gestionar su jubilación que nunca llegó a
cobrar por esas cuestiones burocráticas y coyunturales, y no tenía dinero
ahorrado. Entre los tres hijos nos arreglamos para pagar el alquiler de su
pequeño departamento, lo afiliamos a PAMI y nos encargamos de las compras
básicas a través de Internet. Fue en ese momento que una de mis hermanas tomó
contacto con una organización financiada por la comunidad judía que ayudaba a
quien cumplía con ciertas condiciones, como por ejemplo, haber residido en Israel. Después de algunas gestiones logró que mi papá recibiese
una renta mensual que, inicialmente, cobraba en efectivo y que, después de unos
cuantos meses, empezó a recibir en “tickets”. Fiel a la tradición de nuestro
país, la inflación fue licuando el valor y, cada tanto, la fundación
actualizaba el subsidio.
Poco a poco, la cifra recibida quedó bastante desactualizada. Así fue que empecé a tomar conciencia de las implicancias que tiene "el
recibir plata sin trabajar”. Un buen día mi papá me dijo que querían
conocerme, en la Fundación. Fui con él, y conversé con una mujer muy amable. La
verdad es que no quería mostrarme demasiado pudiente (no me iba a costar mucho
porque no lo soy!) porque me interesaba que lo siguiesen ayudando. También me
estaban ayudando a mí. No me causaba orgullo que mi padre estuviese recibiendo
esta ayuda, pocas veces lo comentaba. Pero, al mismo tiempo, me venía muy bien.
En alguna parte de mí mismo tenía la sensación que, si le estaban otorgando
este beneficio, era porque aplicaba a las condiciones que la Fundación
requería. Me iba convenciendo a mí mismo que se trataba de un
derecho.
Pasaron unos meses más y los tickets que recibía seguían
siendo los mismos pero, claro, perdían valor constantemente. Mi padre me pidió
que lo acompañase a la Fundación y, sentado frente a su mentora, me tocó asistir - en vivo - a “un reclamo
por aumento de ayuda”. Mi padre, que sabía perfectamente que debería haber
previsto su situación, y que toda su vida había criticado a la gente "que pide en vez de
trabajar" estaba en un airado pedido de “aumento de dádiva” que me producía
mucha vergüenza pero, al mismo tiempo - y mucho más! -, temor de no recibir ni
siquiera la ayuda que le estaban dando!
Increíble lo que había provocado una acción que sólo
merecería agradecimiento y que, en cualquier momento, podría suspenderse y
dejar en el aire el sabor agradable de haberlo disfrutado mientras duró.
Qué difícil es, veo, articular la posibilidad de ayudar con
la real acción de generar un beneficio.
Cómo hay que cuidar las particularidades de esta modalidad
de relación para que la posición de recibir ayuda no se convierta en un ancla
que haga imposible una posición activa frente a la realidad. Una actitud en la
cual uno sea, realmente, dueño de su vida.
Este hecho lo recuerdo y menciono para reflexionar y para entender los reclamos, cuando se
producen. También para comprender las quejas de quienes no reciben lo que otros.
Pienso en los planes sociales, en cuando damos dinero a
quien lo pide en la calle, en las ONGs…
Se trata, finalmente, del delicado equilibrio entre dar y recibir, entre confiar y generar compromisos que puedan ser cumplidos.
4 comentarios:
Te entiendo completamente y entiendo la situacion, no es facil ver los padres envejecer y menos aun tomar responsabilidad por su bienestar en tiempos no faciles para nadie.
Gracias Rodolfo por tu comentario.
No se trata sólo de tomar la responsabilidad por el bienestar de los padres: me llama la atención la facilidad con la que nos adjudicamos el derecho de recibir ayuda y la transformamos en una obligación.
Me parece cualquiera ganar plata sin trabajar, no es mi intencion ofeder a nadie, pero es una forma de "inutilizar a una persona" muy bueno el blog amigo!
Excelente reflexión, tengo 25 y de verdad me gusta trabajar, me gusta mi trabajo aunque no me genere mucho dinero lo amo, a veces siento que necesito tiempo para hacer otras cosas pero tampoco me veo sin mi trabajo. Las cosas cada dia aumenta y hay que buscar la manera de cómo ganar dinero con otros proyectos, aunque eso implique más responsabilidades y menos vida social. Ya me quedan pocos amigos y los que tengo son los que están cerquita de mi.
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