Una vez más el contacto con las personas es lo que me
impulsa escribir este nuevo post, quizás para mostrar cuál es mi trabajo o,
quizás, para "metabolizar" a través de la palabra escrita el rol que
nos toca jugar cuando escuchamos. El viernes pasado entrevisté a una joven que
postulaba a un puesto de administrativa de recursos humanos. Como muchas veces
ocurre, pequeños detalles de la historia personal dispararon una conversación
que generó esa sensacional interacción que permite conocer al otro. Apenas
empecé a preguntarle por sus datos y me fui enterando de dónde trabajó, con
quién vivió y porqué, Daniela me contó
sobre sus padres - como ella misma dijo: "los del corazón y los
biológicos" -, cómo había decidido estudiar lo que estudia y sobre su
proceso de elaboración acerca de su propia identidad. Un momento intenso del intercambio se produjo
cuando supe que hacía unas semanas la había contactado, por Facebook, una mujer
que se llamaba igual que su madre biológica. No había querido indagar más, por
ahora...
Sin embargo, el título de la nota remite a otro asunto.
Daniela también me contó, al pasar, que no era la primera vez que realizaba una
evaluación psicotécnica. En su trabajo anterior también debió "pasar"
por esto: un profesional la citó en su consultorio. Quedaron a las 8 de la
mañana de un sábado - muchas veces los psicotécnicos se pactan en días no
laborales - pero lo que Daniela nunca se imaginó es que la evaluación duraría
hasta las 14.30 hs. (!!!). Y no se imaginen episodios policíacos como acosos,
ni nada por el estilo. Lo que realmente sucedió en esas seís horas y media
fueron una larga sucesión de tests. El hombre era un experto en Rorschach, le
dijo a Daniela pero también manejaba los cuestionarios de personalidad y
conocía unos cuantos tests de inteligencia. Y fue muy amable porque le convidó
jugo y galletitas. Le pregunté si había tenido alguna devolución y así fue;
pero a Daniela le pareció un poco "dura" porque le habló de su enorme
autoexigencia.
Sobre su historia personal casi no le dijo nada: ella prefiere
no hablar de sus temas personales.
Daniela fue "aprobada" en su evaluación
psicotécnica, ingresó a la empresa a la que postulaba pero renunció al mes y
medio. Como era de esperar, el clima que se vivía en la compañía era de
bastante desconfianza: el primer indicio lo tuvo cuando, al darle el alta a un empleado nuevo, tuvo que
subir un piso para utilizar la computadora de su supervisor porque los
empleados no tenían acceso a Internet, "sino se la pasarían
chateando...", le dijeron.
De allí a prestar atención a cuántos minutos le ocupaba
almorzar o ir al baño, había un pequeño paso.
Pensé para mi mismo:
con ese tipo de psicotécnico era obvio que el empleador tendría esas
características.
Para el final tengo un toque emotivo: Daniela, espontáneamente,
me dijo que si llegaba a contactarse con quien podría ser su madre biológica,
me tendría al tanto.
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